domingo, 30 de agosto de 2009

Reflexión estival Nº. 2


Una dulzaina y el redoble de un viejo tambor marcaban el inicio de la liturgia veraniega. Los motivos por los cuales la fiesta popular de un pequeño pueblo mediterráneo, en memoria de uno de los tantos santos existentes, había evolucionado en una cabalgata con carrozas llenas de una celebración alcohólica y lasciva eran desconocidos. Las calles se cortan con vallas amarillas y una muchedumbre se aglutina a un lado y otro de estas. Niños, padres con la escusa de estar ahí por sus hijos, ancianos, jóvenes, un torrente de pueblo esperaba el comienzo del desfile. Algunos astutos y ya profesionales en el arte de las cabalgatas llevaban bolsas para atrapar los objetos/comida/mierda que lanzaban desde las carrozas los adoradores de Baco. Tras la dulzaina y el tambor pasan dos policías locales motorizados. Pasa la primera carroza llevaba por un tractor de color verde. Excepto un hombre entrado en años, todos son niños. Estos lanzan desde el vehículo caramelos y confeti. Un niño rubio ríe a carcajadas mientras le comenta a su compañero que le ha dado a un hombre en la cara con un caramelo. Los caramelos que no se estrellan contra el suelo y se revientan son objeto de lucha salvaje. ¡El espectáculo comienza! Una mujer con más laca en el pelo que cabellos se agacha y coge una docena de caramelos sonriendo sin vergüenza alguna mientras que un niño la mira con envidia infantil. Pasa la primera, segunda, tercera y cuarta carroza, dejando un rastro de basura, excrementos de caballo y ansias por ganar en la lucha salvaje. La cosa empeora cuando la rezagada carroza de las “Damas de Honor” de las fiestas pasa por delante de la muchedumbre. Estas damas provienen de las familias más acomodadas de la población, por lo tanto, lo que arrojan con ímpetu desde su carroza no son simples caramelos. Juguetes, llaveros, pipas, caramelos (de los buenos), en otros objetos innombrables vuelan por encima de las cabezas del populacho. Al caer los objetos al suelo una mar de manos hace que desaparezcan en cuestión de milésimas de segundo. El niño que antes tenía envidia de la anciana sonríe triunfante, abrazando una pelota y un coche de plástico que ha cogido con cierta agilidad. Tras veinte minutos los profesionales ya van por la segunda bolsa puesto que la primera está rebosante de triunfo. Cuando se acerca el final del desfile, pasa un extraño carruaje tirado por un tractor rojo con barro en las ruedas. Esta carroza no tira confeti, ni juguetes ni siquiera caramelos. Un hombre con entradas y una perilla grisácea junto con una chica joven dan (o arrojan) a los que se acercan melones, sandías, una malla de cebollas incluso de patatas. El caos estalla cuando la gente intenta acercarse al carruaje de la abundancia, mientras que la imagen recuerda la entrega de víveres a una población de un país tercermundista afectado por una catástrofe. Un hombre sorprendido por el espectáculo dice entre dientes: - “Joder, si que estamos en crisis”, y da un trago a la cerveza caliente que lleva en la mano derecha. La marcha está finalizando, pasan carrozas con borrachos travestidos, disfrazados de personajes de televisión o simplemente semidesnudos. Saltan, gritan, cantan, “alcohol, alcohol, alcohol, hemos venido a emborracharnos”… tambores, trompetas, platillos, pasa la banda de música y la cabalgata concluye. El desfile de carrozas es sustituido por una marcha de barrenderos que se apoderan de la calle. Una mujer menopáusica le grita a una anciana que se atragante con lo que ha cogido, que se buscara la vergüenza, que se le había caído mientras que empujaba a su hijo para coger una bolsa de quicos y unos cuantos caramelos rotos. La anciana ríe y le enseña dos bolsas llenas de victoria.
“¡Hijaputa!”, la mujer intenta encararse a la anciana, pero su marido la coge del brazo y se alejan del campo de batalla. La anciana se marcha gozosa, abraza las bolsas y camina lentamente. A lo mejor no le gustan los caramelos, ni las pipas, ni los quicos. Posiblemente no tiene nietos para darle lo recogido. Seguramente tirara todo lo que lleva en la bolsa dentro de unos meses. No obstante, la sensación de haber ganado en la lucha le llena el corazón de alegría y orgullo. ¿Homo homini lupus?, o simplemente, ganas de dar por culo al prójimo.

1 comentario:

Pepito Grillo dijo...

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